Volvimos un año más de sidrería a Guipúzcoa, pero esta vez hubo cambios. No estuvimos en Astigarraga como en estos años anteriores, sino en Zerain, un pequeño pueblo del Goierri.
Vista de Zerain
Alrededores de Zerain
Segura y el Txindoki
Creo que el cambio de aires mereció la pena. Puestos a hacer balance, algunas cosas estuvieron bien y otras no tanto, como cabía esperar:
- El albergue: No llega al nivel del de Santiagomendi, claro, pero no puede decirse que esté mal. El único pero fueron los desayunos, un poco flojos.
- La sidrería: Era distinta a las que conocemos, con las kupelas en dos plantas y un tanto apartadas del comedor en el que nos pusieron, donde estábamos bastante apretados y no había sitio para estar de pie en corrillos. Hubo coincidencia general en que se cenó bien y en cantidad. Bien de precio.
- La excursión por la sierra de Aizkorri, espectacular. Me pareció una subida preciosa y muy variada, con buenas vistas desde abajo y desde arriba.
Sí que echamos de menos a los ausentes, a todos aquellos que por diversos motivos no pudieron acompañarnos esta vez a una escapada que se ha convertido ya en clásica.
Sí que echamos de menos a los ausentes, a todos aquellos que por diversos motivos no pudieron acompañarnos esta vez a una escapada que se ha convertido ya en clásica.
La excursión por la sierra de Aizkorri: subida al pico Arbelaitz (1.513 m.)
No nos fuimos muy lejos de Zerain para iniciar la ruta. ¿Para qué hacer kilómetros teniendo al lado la sierra de Aizkorri?.
Saliendo del albergue
Tras juntarnos con Isabel, que vino desde Ermua, nos desplazamos poco más de 10 km. hasta el apeadero de Zegama. Tras unos titubeos iniciales dimos con el camino correcto, que pasaba junto a las bordas en ruinas de Oarzuza. La zona es boscosa, con predominio de las coníferas (pinos, alerces y abetos). La vista del cresterío de Aizkorri impresiona desde aquí abajo y nos da una idea del desnivel de 1.000 m. que vamos a tener que salvar.
Primeros pasos
Suave subida hacia el collado de Intzuzaeta
Cresterío de Aizkorri
Vamos ascendiendo muy suavemente y alcanzando de forma sucesiva los collados de Intzuzaeta y Iturtzegieta.
A punto de alcanzar el collado de Iturtzegieta
A poco de pasar este último collado abandonamos la pista tomando un camino señalizado con hitos que sale a mano derecha. Van predominando cada vez más las hayas, que a ratos se alternan con manchas de pinos.
Después de tomar un bocado y descansar un poco junto a un buen ejemplar de haya, iniciamos el tramo más duro de la ascensión.
Las hayas nos rodean
Algunas hayas entre los pinos
Después de tomar un bocado y descansar un poco junto a un buen ejemplar de haya, iniciamos el tramo más duro de la ascensión.
Un momento de descanso
La subida se endurece
El sendero gana altura por entre el hayedo y se dirige directo hacia el farallón rocoso hasta que tuerce de golpe a la derecha y comienza a remontar en dirección al collado de Andreaitz.
Tras una serie de revueltas salimos a terreno más despejado.
Ahora tenemos el hayedo a nuestros pies y el sendero salva los últimos repechos trazando varias zetas. El terreno por aquí arriba es calizo, con los característicos hoyos excavados en la roca.
Subsiste alguna pequeña mancha de nieve. Al llegar al punto más alto del cordal torcemos a la izquierda (hacia la derecha nos dirigiríamos al Artzanburu).
Desde una curva divisamos de repente el pueblo de Zegama, allá abajo, en el valle.
Continuamos ascendiendo por entre las rocas y alcanzamos una primera cumbre desde la que aún no se ve el Arbelaitz, tapado por unas rocas, que se hace de rogar. Como tantas veces pasa, queda aún más de lo que parece. Hay que descender bruscamente hasta el collado de Lugaitz y es entonces cuando sí se ve nuestro objetivo, el Arbelaitz, con el Aitxuri asomando detrás suyo.
Algunas integrantes del grupo se rajan, por parecerles el Arbelaitz aún lejos, se conforman con subir al más bajo Kantuzulueta y nos esperan comiendo. La gran mayoría hacemos un último esfuerzo y continuamos hasta hacer cumbre prevista. Este tramo final resultó, a la postre, más corto de lo que a ojo parecía.
Por dónde co*o vendrán los rezagaos
Salimos del bosque
Intercambio de impresiones
El bosque a nuestros pies
Ahora tenemos el hayedo a nuestros pies y el sendero salva los últimos repechos trazando varias zetas. El terreno por aquí arriba es calizo, con los característicos hoyos excavados en la roca.
La roca caliza empieza a aflorar
Ya casi alcanzamos el cordal
Subsiste alguna pequeña mancha de nieve. Al llegar al punto más alto del cordal torcemos a la izquierda (hacia la derecha nos dirigiríamos al Artzanburu).
Un característico hoyo con su nevero
Desde una curva divisamos de repente el pueblo de Zegama, allá abajo, en el valle.
Vista de Zegama
Entre las rocas
Continuamos ascendiendo por entre las rocas y alcanzamos una primera cumbre desde la que aún no se ve el Arbelaitz, tapado por unas rocas, que se hace de rogar. Como tantas veces pasa, queda aún más de lo que parece. Hay que descender bruscamente hasta el collado de Lugaitz y es entonces cuando sí se ve nuestro objetivo, el Arbelaitz, con el Aitxuri asomando detrás suyo.
Campas de Urbía
Al fondo, el Arbelaitz y detrás suyo, el Aitxuri
Algunas integrantes del grupo se rajan, por parecerles el Arbelaitz aún lejos, se conforman con subir al más bajo Kantuzulueta y nos esperan comiendo. La gran mayoría hacemos un último esfuerzo y continuamos hasta hacer cumbre prevista. Este tramo final resultó, a la postre, más corto de lo que a ojo parecía.
En la cumbre del Arbelaitz
Disfrutamos de buenas vistas desde la cima. Hacia el Oeste tenemos el Gorbea, el Anboto y el Udalatx. Hacia el Este, el Txindoki, toda la sierra de Aralar y el San Donato o Beriain.
A la bajada, por el mismo camino, nos lloverá durante un rato, pero luego escampará y lucirá el sol.
Un poco de lluvia
Tímidos rayos de sol se filtran entre los árboles
Ha quedado una tarde preciosa y el bosque de hayas, a pesar de estar aún desnudo, adquiere unos colores, unas luces y unas tonalidades casi mágicas.
Bajando hacia el collado de Iturtzegieta
Ovejas latxas
La sidrería Otatza en Zerain
Dando un paseito nos llegamos hasta la sidrería.
A pesar de llegar casi a las nueve, apenas había ambiente. Parece que aquí en el Goierri son un poco más tardones en llegar. No obstante, el ambiente se fue caldeando poco a poco y la entrada rozaría el lleno. Mucho jovenzuelo en cuadrilla y poca, poquita jovenzuela. Sí que andaba por ahí una de las chicas de la oficina de turismo de Zerain, a la que saludamos.
Por lo demás, lo de siempre. Fotos de grupo con las kupelas detrás. Fotos de todos los colores. Rostros sonrosados. El calor aprieta y la ropa sobra. Una primera hornada de senderistas se retira, no pueden ya con las pestañas. Otros aguantamos un rato más, pero no mucho más. Estamos viejunos, señores. La noche no es para mí.
Primeros tragos
En la mesa
Con los vascorros
La agraciada
Sombra aquí y sombra allá
Chochines y chochones txotxeando
La serrería hidráulica de Larraondo
Fue construida alrededor de 1890 y cesó en su actividad en 1960, aunque hoy día su mecanismo aún funciona.
Emplea la fuerza del agua del arroyo Lasurtegi para mover toda la maquinaria (dos sierras, el torno, el cepillo, los esmeriles, la piedra de afilar, el taladro, el molinillo y la fragua).
Era una serrería familiar, en la que trabajaban los dueños del caserío que hay al lado.
Era una serrería familiar, en la que trabajaban los dueños del caserío que hay al lado.
El trabajo en la serrería constituía un complemento a las labores propias del caserío y se llevaba a cabo en invierno y primavera principalmente, que era cuando menos tareas había en la casa y más agua llevaba el arroyo.
Serrería de Larraondo
La mina de hierro de Aizpea
Comenzó a explotarse en el siglo XI.
A lo largo de su historia ha sido explotada por diversas compañías: de 1892 a 1930 por los ingleses; de 1937 a 1942 por los alemanes; a partir de entonces y hasta su cierre en 1951 fue gestionada por Patricio Etxeberria.
El poncho fucsia y el casco nos sientan de maravilla
De todos los restos que quedan los más espectaculares son los tres hornos de calcinación, unas instalaciones construidas en el siglo XX por los ingleses para producir hierro a gran escala y atender al aumento en la demanda de hierro que tuvo lugar entonces. De la mina se extraía carbonato de hierro, que se echaba en los hornos y se quemaba con la ayuda del carbón vegetal para producir hierro de mejor calidad o más ley.
Comienza el paseo
Los hornos de calcinación
Bonita panorámica desde los hornos
Además de los hornos, se conservan más de 200 bocaminas o galerías, que se abrían para extraer el mineral de hierro del interior de la montaña. Solo puede visitarse la que se conoce como El Polvorín o Polboriñe.
A la entrada de la galería de Polboriñe
Galería de Polboriñe
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