Esta vez nos acercamos al Alto Tajo, una tierra en la que las aguas del Tajo y de sus afluentes, como el Gallo o el Ablanquejo, han horadado angostos cañones al atravesar los enormes espesores rocosos que constituyen las parameras del Señorío de Molina.
Como acertadamente nos advierte José Luis Sampedro, el alto Tajo no es una suave corriente entre colinas, sino un río bravo que se ha labrado a la fuerza un desfiladero en la roca viva de la alta meseta.
Como acertadamente nos advierte José Luis Sampedro, el alto Tajo no es una suave corriente entre colinas, sino un río bravo que se ha labrado a la fuerza un desfiladero en la roca viva de la alta meseta.
En su novela El río que nos lleva Sampedro nos aproxima a estas tierras y nos hace un emotivo retrato de los legendarios gancheros, aquellos rudos hombres encargados de conducir por el río Tajo, aguas abajo, hasta Aranjuez, los troncos de pino que se talaban en los bosques cercanos. Para llevar a cabo su tarea en estos peligrosos descensos se valían de la única ayuda de un palo terminado en gancho. Poéticamente llama Sampedro a estos hombres los pastores de los bosques flotantes. Durante generaciones se practicó este oficio, que se mantuvo mientras resultó más barato transportar las
maderadas por el río, aprovechando la
corriente. Era sin duda un duro medio de vida el de los
gancheros, que terminó por desaparecer a finales de los años 40 o a principios de los 50, a medida que fue imponiéndose el transporte por carretera de la madera
sacada, gracias a los camiones.
En muchos casos los gancheros no eran oriundos de estas tierras guadalajareñas, sino que procedían de otras regiones de España, como las sierras andaluzas de Cazorla y Segura, y se acercaban cada temporada en busca de trabajo en las maderadas. Esto explica que los vecinos de los pueblos de las parameras, próximos al Alto Tajo, miraran a los gancheros con recelo, cuando no con animadversión, tal como refleja Sampedro en su novela.
En muchos casos los gancheros no eran oriundos de estas tierras guadalajareñas, sino que procedían de otras regiones de España, como las sierras andaluzas de Cazorla y Segura, y se acercaban cada temporada en busca de trabajo en las maderadas. Esto explica que los vecinos de los pueblos de las parameras, próximos al Alto Tajo, miraran a los gancheros con recelo, cuando no con animadversión, tal como refleja Sampedro en su novela.
Nuestra Señora de la Hoz
Tras parar en Maranchón a comprar pan hacemos una parada en este santuario, ubicado en el fondo de un impresionante cañón o barranco labrado por el río Gallo en las areniscas rojas, formando imponentes paredes y caprichosos monolitos.
Conviene recordar que el Gallo, afluente del Tajo, es el río que pasa por Molina de Aragón y que sus habitantes, los molineses, repiten, no sé si con cierto orgullo o quizá con algo de humor, aquel refrán que dice El Gallo da las aguas y el Tajo se lleva la fama.
Conviene recordar que el Gallo, afluente del Tajo, es el río que pasa por Molina de Aragón y que sus habitantes, los molineses, repiten, no sé si con cierto orgullo o quizá con algo de humor, aquel refrán que dice El Gallo da las aguas y el Tajo se lleva la fama.
El santuario, al pie de un paredón de arenisca
Un pescador bien metido en el río Gallo
Un sencillo paseo, un Via Crucis en realidad, nos permite alcanzar en unos veinte minutos un espectacular mirador que nos ofrece una vertiginosa perspectiva de la hoz y sus cortados.
Vista desde arriba
En el siguiente vídeo salen imágenes de este santuario de la Virgen de la Hoz, así como del de la Virgen de Montesinos, que se encuentra a pocos kilómetros de aquí, en el término de Cobeta:
Un paseo por los cortados de los ríos Gallo y Tajo
desde Cuevas Labradas
Aunque el paseo tenía una longitud de 17 km. y podía hacerse cómodamente en una jornada, decidimos hacerlo en dos días para estirar más el fin de semana. Y también para pernoctar/acampar/hacer el amor en la noche del sábado, que todo hay que decirlo.
Cuevas Labradas es un apartado pueblo, de apenas unas pocas casas, apiñadas al pie de un cerro, al que se llega tras pasar Ventosa y Torete.
El pueblo desde lo alto del cerro, coronado por un curioso campanario exento
Dejamos el pueblo atrás
Al principio caminaremos por entre sabinas dispersas para adentrarnos más adelante en el pinar.
Algún que otro cartel nos informa de que los bosques que nos rodean son de titularidad privada y se explotan de cara a la recolección de trufas.
En esta primera jornada nos limitaremos a llegar hasta el hermoso paraje de la Fuente del Hontanar, en el que existe un pequeño refugio libre.
El refugio de la Fuente del Hontanar y la Loma del Castillo
Un aguador en la Fuente del Hontanar
Este paraje se halla emplazado en un coqueto lugar al borde mismo de los cantiles, lo que lo convierte en un estupendo mirador desde el que se abarca una amplia vista, no solo de los ríos Tajo y Gallo, también de las zonas más elevadas de la paramera, llegando a distinguirse los pueblos de Zaorejas y Villar de Cobeta.
Al otro lado del río Gallo se levanta una loma cuya parte superior tiene forma aplanada. Se asemeja a una meseta o cerro-testigo. En el mapa aparece bautizada como Loma del Castillo, topónimo que hace referencia al lugar en el que según una leyenda local se levantó hace siglos el castillo musulmán de Alpetea. No parece haber evidencias históricas de la existencia de dicho castillo. De la leyenda del moro Montesino y de este supuesto castillo árabe nos habla Sampedro en su novela El río que nos lleva:
- ¿Ves aquel monte de enfrente, Irlandés, el más alto de tos, a la derecha del río? -dijo el Cacholo-. Pues allí estaba el castillo de Alpetea, el del moro Montesino.
Aludía a un monte levantado sobre un gigantesco escalón de rocas, y que muy bien tendría trescientos metros sobre el río.
- Desde allí -continuó el Cacholo- se ve... ¡Qué se yo! La torre de Aragón, en Molina..., bueno, media España.
- Ya está Quintín con sus historias -sonrió el Seco, dilatando la boca entre sus grandes orejas.
- ¡Calla tú y escucha, que con esas orejas bien puedes! ¡Vaya, si llegas tú a ser rey hubieran tenido que hacer los duros con asas!
- Siga, tío Quintín -instó el Galerilla, mientras todos reían-. ¿Quién era el moro?
- Pues sea pa entretener la espera... El Montesino era un capitán moro mu valiente, y desde ese castillo tenía negros a los cristianos. Pero un día la Virgen se apareció ahí cerca, en Cobeta, a una pastorcita que le faltaba una mano y le puso la mano y mandó a que la viera el moro. Total, que al ver el milagro de la manquita curada se pasó a cristiano y echó a tos los moros, y se hizo el rey de esta tierra.
Al otro lado del río Gallo se levanta una loma cuya parte superior tiene forma aplanada. Se asemeja a una meseta o cerro-testigo. En el mapa aparece bautizada como Loma del Castillo, topónimo que hace referencia al lugar en el que según una leyenda local se levantó hace siglos el castillo musulmán de Alpetea. No parece haber evidencias históricas de la existencia de dicho castillo. De la leyenda del moro Montesino y de este supuesto castillo árabe nos habla Sampedro en su novela El río que nos lleva:
- ¿Ves aquel monte de enfrente, Irlandés, el más alto de tos, a la derecha del río? -dijo el Cacholo-. Pues allí estaba el castillo de Alpetea, el del moro Montesino.
Aludía a un monte levantado sobre un gigantesco escalón de rocas, y que muy bien tendría trescientos metros sobre el río.
- Desde allí -continuó el Cacholo- se ve... ¡Qué se yo! La torre de Aragón, en Molina..., bueno, media España.
- Ya está Quintín con sus historias -sonrió el Seco, dilatando la boca entre sus grandes orejas.
- ¡Calla tú y escucha, que con esas orejas bien puedes! ¡Vaya, si llegas tú a ser rey hubieran tenido que hacer los duros con asas!
- Siga, tío Quintín -instó el Galerilla, mientras todos reían-. ¿Quién era el moro?
- Pues sea pa entretener la espera... El Montesino era un capitán moro mu valiente, y desde ese castillo tenía negros a los cristianos. Pero un día la Virgen se apareció ahí cerca, en Cobeta, a una pastorcita que le faltaba una mano y le puso la mano y mandó a que la viera el moro. Total, que al ver el milagro de la manquita curada se pasó a cristiano y echó a tos los moros, y se hizo el rey de esta tierra.
El estanque
Nos sorprende la presencia de un estanque artificial, alimentado por la caudalosa fuente, que no venía mencionado en la descripción que manejábamos. Pese a que el día era fresco y el agua estaba más fresca aún, un valiente espontáneo decide darse una zambullida y hacerse unos largos.
El hombre-pez y la mirona
Es aún media tarde y queda tiempo para la tertulia, para incluso leer un fragmento de la novela de Sampedro, para dar un paseo hasta que anochezca, para cenar tranquilamente y para apurar hasta la última gota el orujo de hierbas, el tostado y el de café que quien imaginan ha traído.
Realmente nadie durmió dentro del refugio. Algunos hicimos un medio-vivac en el porche que hay por su parte trasera y otros, los más puristas, hicieron un vivac con todas las de la ley entre los pinos de los alrededores. La noche fue algo fresquita, a pesar de que estamos ya a primeros de junio.
Al día siguiente completamos la ruta circular, acercándonos a varios balcones desde los que contemplar el puente de San Pedro y la unión de los ríos Tajo y Gallo.
Temperatura fresca por la mañana
Vamos virando suavemente hacia la izquierda y adentrándonos en el cañón del Tajo, que remontaremos durante un buen rato.
Al otro lado del Tajo, en la ladera de enfrente, se yergue un paredón rocoso de 300 metros de altura, coronado por el mirador de la Escaleruela.
El cañón del Tajo
La Escaleruela es, en realidad, una angostura que forma el Tajo
un poco antes de alcanzar la desembocadura del Gallo y que también menciona Sampedro en uno de los capítulos de El río que nos lleva.
En esta angostura, en la que además había un desnivel o escalón en el que las aguas del río encadenaban sucesivos rápidos o raudales, los gancheros, según cuenta Sampedro, tenían que trabajar arduamente
para que los troncos o maderos no se atascaran.
Llega un momento en que nos alejamos definitivamente del río, dándole la espalda, y trepamos bruscamente hacia lo alto de la paramera para poner rumbo al pueblo de Cuevas Labradas. Llegaremos al pueblo a tiempo. El barecillo está aún abierto y nos da tiempo a tomarnos un par de botellines, que acompañamos con las existencias que aún nos restan en los macutos.
Una vieja máquina agrícola a las afueras del pueblo
A la sombra de un árbol, junto a un bar y el frontón
Matao a consecuencia de la dureza de la ruta
A continuación dejamos aquí un documental producido por RTVE para la serie Esta es mi tierra, en el que nuestro admirado y querido José Luis Sampedro da un repaso a su trayectoria vital. Hay, como es lógico, referencias al Alto Tajo, a sus gancheros y sus maderadas, pero también a Tánger, a Aranjuez o al pequeño pueblo soriano de Cihuela:
La novela El río que nos lleva sería llevada al cine, en una película dirigida en 1988 por Antonio del Real y protagonizada, entre otros, por Alfredo Landa, de la que ofrecemos unos fragmentos: