martes, 6 de diciembre de 2011

Por los bosques de pinos piñoñeros de las Cabreras de San Juan (4 de diciembre de 2011)

Hoy es el día del reencuentro con Maite, que por fin ha vuelto después de una larga temporada en los brazos de los Grizzlies. Y ha vuelto, aprentemente, entera. O sea, que los Grizzlies no deben ser tan fieros como los pintan.

El Señor Cuesta ha propuesto para hoy una ruta inédita por los alrededores del embalse de San Juan, concretamente por unas peñas que se llaman Las Cabreras, aunque la verdad es que no ascendimos a ninguna de ellas. Últimamente no sé qué nos pasa, que no cumplimos los objetivos. Estamos de capa caída.

En Navas del Rey nos juntamos para el café y esas cosas. En la plaza, pegada a la carretera, hay varios bares para elegir. Por supuesto, Maite se lleva unos cuantos abrazos de oso. A efusividad no nos van a ganar los Grizzlies esos.

Tras esperar un poco a las rezagadas, volvemos a coger los coches en dirección a Pelayos de la Presa. Antes de llegar a esta última localidad, abandonamos la M-501 por una pista de tierra, a tramos de hormigón, que sale a mano derecha, a la altura del km. 49. Es, según el mapa, la Pista del Infante. Ascendemos por ella unos kilómetros hasta llegar a un punto en que la pista se ensancha y se bifurca en dos. Es el momento de aparcar, lo que hacemos dejando los coches en hilera.

Echamos a andar por el camino de la izquierda, ancho, cómodo, en suave descenso, por el que se camina sin esfuerzo alguno. Ni los bastones hacen falta. Esto no parece Sendas de Madrid. ¿Qué nos está pasando?


El ancho camino se abre paso por un bosque abierto de hermosos pinos piñoneros, árboles de copas redondeadas. Es un paisaje amable, típicamente mediterráneo, que poco o nada tiene que ver con los inhóspitos bosques del Canadá. Y para darle a todo una mayor amabilidad luce hoy el sol. Y el cielo está azul. "Azzurro, il pomeriggio é troppo azzurro e lungo per me...", perdón, que me embalo...




Hoy ha venido también Paloma Z, a la que hace largo tiempo que no veíamos, acompañada de su perro Rocky. También se nos ha apuntado Rayo, pero a este lo consideramos ya un habitual.



Cruzamos por un puente el río Cofio, que nace al pie de la sierra de Malagón. Dicen que sus aguas son muy puras.
A partir de aquí, nuestro camino vuelve a ganar altura sobre el río, que queda ahora muy por debajo de nosotros y algo encajonado.

Río Cofio

Algunos avistan un grupo de madroños con el fruto maduro. Una excusa perfecta para quedarse un poco atrás.

Color rojo intenso del fruto maduro del madroño.
Esperando a los rezagados


Poco a poco, el camino va virando hacia la derecha y dando vista a una extensa mancha de agua, el pantano de San Juan, en el que se juntan los ríos Alberche y Cofio. Según el mapa, estamos andando por el Camino del Oso
Una pintada en la roca nos recuerda que mucho ojito con los piñones. La multa por piña recogida asciende a 500 pesetas. Jesús, cómo está el patio.

Camino del Oso

Seguimos un rato por el Camino del Oso hasta que hace una curva a la izquierda, al llegar al fondo de una vaguada no muy marcada. En este punto nos desviamos por otro camino a la derecha, que vuelve a subir, aunque suavemente.

Un poco antes del desvío

Por el desvío


Pasamos al lado de una casetucha que parece en buen estado, pero cerrada a cal y canto.



A partir de aquí, el camino se va difuminando hasta prácticamente desparecer. Es el momento de tirar por donde Dios nos dé a entender.



Llegamos por fin a dos casitas. Algo a nuestra izquierda queda el risco de la Cabrera Alta (1.041 m.), al que esta vez no ascenderemos. Nos viene un poco grande.

Al fondo, el risco de la Cabrera Alta

Decidimos iniciar la vuelta desde aquí, pero improvisando un poco. El primer objetivo es alcanzar un colladito de 865 m. de altura, que separa las cumbres de la Cabrera Baja y la Jabalinera. Este último nombre parece una nueva referencia a la riqueza cinegética de la zona. En el collado hacemos la habitual parada técnica para comer.

Tras la comida, iniciamos la bajada de frente, en dirección al Cofio. Hay senda, que se pierde a ratos, pero no importa. Pasamos junto a un corpulento alcornoque.

Aunque algo desperdigados, seguimos bajando. Es un terreno algo salvaje, pero no comparable con los bosques canadienses. Se ve desde aquí arriba alguna curva que el Cofio hace.

La cosa no resulta en absoluto difícil y pronto alcanzamos el río. Torciendo a la derecha y caminando junto a su orilla llegamos en cinco minutos al puente que habíamos cruzado esta mañana.

A orillas del Cofio

El puente y Rocky en primer plano


ENLACES:
Ruta por las Cabreras de San Juan (por Andrés Campos)

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