Hoy hemos completado un recorrido circular que une tres villas alcarreñas: Durón, Budia y El Olivar. Las tres tienen picota o rollo jurisdiccional y por tanto las tres dispusieron de capacidad para administrar justicia en otros tiempos.
El punto de inicio de la excursión ha sido Durón, que se recuesta en la falda meridional del cerro Trascastillo. Calles desiertas. No encontramos a nadie, salvo algún foráneo, que nos sepa indicar donde está el bar que debe haber en el interior del pueblo y nos volvemos al bar El Cruce, que se encuentra fuera del casco urbano, en concreto donde se bifurcan las carreteras de Zaragoza y de Cuenca.
Iglesia de Santa María de la Cuesta (Durón)
Bar El Cruce (Durón)
Tomamos la pista de tierra que se inicia nada más pasar el barrio de El Villar y se dirige a la cercana Hoz Angosta. La mole pétrea de El Indio vigila la entrada de este corto desfiladero, flanqueado por paredes rocosas. Pero tras caminar por él apenas un kilómetro, el barranco vuelve a abrirse.
Entrada a la Hoz Angosta
Un poco más adelante nos encontramos con la desagradable sorpresa de que la pista por la que caminamos queda cortada abruptamente por la verja que da acceso a un coto de caza. Resulta imposible hacer lo previsto y llegar hasta la Fuente del Berro, que era el punto final del SL-8, balizado hace años con pintura blanca y verde por la Mancomunidad de Municipios Riberas del Tajo.
¿Qué hacer ahora? Hay que improvisar. Decidimos retroceder un poco con idea de llegar al Barranco de Durón y remontarlo en dirección noroeste. Así lo hacemos, pero pronto nos veremos obligados a separarnos de él y variar de rumbo, al perseguirnos la maldita valla del coto cinegético.
Ascendemos monte a través por una ladera aterrazada y salpicada de pinos hasta alcanzar un alto desde el que se divisa el embalse de Entrepeñas. A partir de aquí caminaremos en horizontal, por supuesto fuera de sendero, dirigiéndonos hacia una torre de alta tensión que nos sirve como referencia. Afortunadamente el avance es cómodo y el ralo matorral se sortea sin dificultad. Nos proponemos ahora llegar a Budia, cuyo caserío se ve ya desde donde estamos.
Salimos a una pista que baja a la carretera que une Durón y Budia. Nos dirigimos a esta última localidad, que dista un par de kilómetros, caminando a ratos el arcén de la carretera y otras veces por el borde de los sembrados.
Entramos en Budia por la pista que previamente pasa junto a la ermita de Santa Ana y la picota.
Ascendemos monte a través por una ladera aterrazada y salpicada de pinos hasta alcanzar un alto desde el que se divisa el embalse de Entrepeñas. A partir de aquí caminaremos en horizontal, por supuesto fuera de sendero, dirigiéndonos hacia una torre de alta tensión que nos sirve como referencia. Afortunadamente el avance es cómodo y el ralo matorral se sortea sin dificultad. Nos proponemos ahora llegar a Budia, cuyo caserío se ve ya desde donde estamos.
Embalse de Entrepeñas
Salimos a una pista que baja a la carretera que une Durón y Budia. Nos dirigimos a esta última localidad, que dista un par de kilómetros, caminando a ratos el arcén de la carretera y otras veces por el borde de los sembrados.
Entramos en Budia por la pista que previamente pasa junto a la ermita de Santa Ana y la picota.
Budia obtuvo el título de villa a mediados del siglo XV y alcanzó su mayor prosperidad en los siglos XVII y XVIII, gracias a la producción de cordobanes (pieles de cabra curtidas), que se exportaban a todo el reino. En 1710, en el marco de la Guerra de Sucesión, fue saqueada por las tropas de Carlos de Austria.
Nos sentamos un rato en el bar Escámaras, que se encuentra en la Plaza Mayor o de España, bajo los soportales del Ayuntamiento. Una placa recuerda que Cela pasó por aquí en 1946, tal como narra en su Viaje a la Alcarria.
Antes de abandonar Budia, constatamos que es una villa coqueta, que cuenta con un apreciable conjunto arquitectónico, bellas casas, algunas de ellas blasonadas, y acogedores rincones.
El Convento de los Carmelitas, desamortizado en 1835, se encuentra en la parte alta del pueblo y se halla hoy en ruinas. Junto a él se encuentra la Nevera de los Monjes, donde los carmelitas guardaban la nieve recogida en invierno para fabricar hielo con el que conservar los alimentos y refrescar las bebidas en el verano.
Salimos de Budia por la ermita de Santa Lucía. Ahora nos dirigimos hacia el sur, en dirección a El Olivar, por una pista que está asfaltada. De aquí en adelante y hasta concluir la ruta, vamos a seguir el trazado de la Ruta El Garduño de Cela, balizada como sendero local, aunque las marcas blancas y verdes resultarán ser muy escasas y estar medio borrosas en la mayoría de las ocasiones.
Iglesia de San Pedro Apóstol (Budia)
Nos sentamos un rato en el bar Escámaras, que se encuentra en la Plaza Mayor o de España, bajo los soportales del Ayuntamiento. Una placa recuerda que Cela pasó por aquí en 1946, tal como narra en su Viaje a la Alcarria.
Ayuntamiento de Budia
Un oxímoron: tentempié sentao
Antes de abandonar Budia, constatamos que es una villa coqueta, que cuenta con un apreciable conjunto arquitectónico, bellas casas, algunas de ellas blasonadas, y acogedores rincones.
El Convento de los Carmelitas, desamortizado en 1835, se encuentra en la parte alta del pueblo y se halla hoy en ruinas. Junto a él se encuentra la Nevera de los Monjes, donde los carmelitas guardaban la nieve recogida en invierno para fabricar hielo con el que conservar los alimentos y refrescar las bebidas en el verano.
Convento de los Carmelitas
Nevera de los Monjes
Salimos de Budia por la ermita de Santa Lucía. Ahora nos dirigimos hacia el sur, en dirección a El Olivar, por una pista que está asfaltada. De aquí en adelante y hasta concluir la ruta, vamos a seguir el trazado de la Ruta El Garduño de Cela, balizada como sendero local, aunque las marcas blancas y verdes resultarán ser muy escasas y estar medio borrosas en la mayoría de las ocasiones.
Fuente del Cuerno
Tras hacer una pausa para comer en el área recreativa de la Fuente del Cuerno, llegamos a El Olivar, a solo 2,5 kms. de Budia. Esta otra villa se extiende sobre una meseta elevada que ofrece buenas vistas del embalse de Entrepeñas. A la entrada, pasamos junto a la ermita de la Soledad o de la Trinidad, que aparece denominada de las dos maneras, según la fuente que se consulte. Nos sorprende esta villa muy gratamente. Sus casas, hechas de tapial y de piedra del lugar, son un magnífico ejemplo de arquitectura tradicional. Además, cuenta con un par de bares con terraza, el restaurante Moranchel y el bar El Candil.
Iglesia de la Asunción de la Virgen (El Olivar)
Bar Moranchel
Volvemos a la ermita de la Soledad, pero ahora tomamos el otro camino que sale de ella y que se dirige hacia el norte. A un kilómetro, en una bifurcación, torcemos noventa grados a la izquierda. Este nuevo camino desciende hacia un pequeño valle para luego ascender a la loma de la Guijarreña y seguir por la misma.
Ermita de la Soledad
Merendero techado a las afueras de El Olivar
Las Tetas de Viana
Budia
Budia
Embalse de Entrepeñas
Tras recorrer la loma de la Guijarreña, comenzamos a descender hacia la carretera que une Budia y Durón, ya conocida, y encontramos un poste de la Ruta El Garduño de Cela, que indica la dirección a seguir para ir a Budia. Nosotros, sin embargo, continuamos hacia Durón, pasamos por el área recreativa que hay a las afueras de la villa y nos dirigimos de nuevo hacia el bar El Cruce. Han sido en total unos 15 kilómetros y 650 metros de desnivel, con una cota mínima de 730 m. y una máxima de 1.040 m., datos todos ellos proporcionados por OruxMaps.
Llega el momento de probar la Cerveza Aurora, una cerveza artesana de tipo pale ale que se fabrica aquí, en Durón. Esta misma marca produce otra variedad que incorpora un toque de miel.
Llega el momento de probar la Cerveza Aurora, una cerveza artesana de tipo pale ale que se fabrica aquí, en Durón. Esta misma marca produce otra variedad que incorpora un toque de miel.
Área recreativa de Durón
Panel informativo de la Ruta El Garduño de Cela
Cifuentes, a 23 kms., no se ha ido del todo
A modo de despedida, les dejamos con la recitación del poema En abril, las aguas mil, de Antonio Machado, que leimos en El Olivar y se incluye en su poemario Campos de Castilla. La sencillez de Machado y la desnudez de su poesía logran conmover.
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