Éramos un quinteto dispuesto a subir al Aneto (3.404 m.), el coloso del Pirineo, por su itinerario más clásico, el que se inicia desde el Llano de la Besurta (1.905 m.).
Plantamos nuestras tiendas para pasar la noche junto al refugio de la Renclusa. A la mañana siguiente, con el alba, comenzaba el reto con una interminable subida por el incómodo canchal hasta superar el Portillón Superior (2.908 m.), que es una evidente brecha en la cresta de los Portillones. Viene luego un descenso hasta el glaciar del Aneto, que hay que cruzar equipado de crampones y piolet hasta el collado de Coronas. Queda después la subida final y la sorpresa del delicado paso de Mahoma, una cresta aérea de unos 30 metros de longitud, que resulta agobiante por el tránsito de personas en ambos sentidos, para alcanzar la cruz de hierro cimera.
Refugio de la Renclusa
El Ballibierna, al fondo
En este tramo final coincidimos con otro grupo de montañeros en el que vienen Carmen y Rafita. Tras hacernos las fotos de cumbre y descansar un poco, toca bajar por el mismo camino. No conviene demorarse mucho porque en los inicios del verano son frecuentes las tormentas.
Y no nos libramos de la tormenta. Descargó con furia, acompañada de granizo, cuando andábamos por el Portillón Superior. Los truenos retiemblan sobrecogedores. Y los rayos rasgas el aire como un cuchillo. El montañero, en su pequeñez, se acojona.
Después de la tempestad, vino la calma y la tarde era plácida cuando estábamos de vuelta en el refugio de la Renclusa. Es una excursión dura, de unos 1.500 metros de desnivel, para la que hay que calcular unas diez horas de andar, entre ida y vuelta, a un ritmo medio.
Bibliografía
Especial Aneto, rey de reyes. Revista Grandes Espacios, nº 118. Enero de 2007.
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