domingo, 23 de octubre de 2011

De Pedrezuela a la garganta del río Guadalix y al embalse (23 octubre 2011)

La noticia del día es que después de un largo periodo de sequía, la lluvia ha llegado por fin a Madrid. Hoy han caido apenas unas pocas gotas, pero el pronóstico dice que mañana las precipitaciones se intensificarán.

Esta vez nos hemos acercado a Pedrezuela, una localidad de sugerente nombre, a cuarenta y pocos kilómetros de Madrid, a la que tradicionalmente se iba a comer un suculento cabrito al horno.
Su fundación se remonta al año 1331, cuando los reyes le concedieron en Segovia la carta puebla o de repoblación.
En estas últimas décadas Pedrezuela ha ido lamentablemente perdiendo su encanto rural, a consecuencia de la espe-culación inmobiliaria y la prostitución de carretera. Sus habitantes se llaman pedrezolanos, cosa que ni siquiera saben algunos de sus vecinos.

Curiosamente tenemos en el grupo a un pedrezolano. Bueno, más bien es un pedrezolano de adopción o, si lo prefieren, un residente en Pedrezuela. Voy a presentároslo.

El pedrezolano en una de tantas rutas con nieve


Supongo que lo recordarán de alguna que otra ruta, aunque aquí se le vea de lejos, pero seguro que en alguna han coincidido con él. Su anorak rojo es inconfundible, pues no se desprende de él pese al paso de los años. Incluso creo que una vez se atrevió a proponer una ruta hace ya algunos años. Me parece que fue aquella ruta que hicimos desde el barrio de Fuencarral a Colmenar Viejo, siguiendo el trazado del Camino de Santiago a su paso por Madrid. Pero su proyecto de hacer otras etapas del camino se quedó en agua de borrajas. Y no se ha animado a hacer otras propuestas. Salvo salidas nocturnas para desfasar, claro. Y ese tipo de planes a nosotros no nos van.

Quedamos para tomar el café en un bar que hay en la calle de San Isidro y se llama La Terracita de Julia. Está justo a la altura de una torrecilla que hay en medio de la calle y que parece que funciona como oficina de turismo, aunque nunca la he visto abierta.


Maite se presenta con uno nuevo que se llama Rayo


Pero pasan los minutos y el pedrezolano no aparece. Y eso que vive aquí mismo. Nos terminamos nuestros cafés y nada. El pedrezolano no da señales de vida. Y eso que no nos hemos dado el madrugón. Probablemente haya salido ayer noche de picos pardos y se le hayan pegado las sábanas. Decidimos acercarnos hasta su casa para darle un toque.


Llamamos al portero automático y nada. ¿Dónde se habrá metido este hombre? A saber cómo habrá terminado la noche. Y es que últimamente sale a juerga nocturna por semana. Cómo ha cambiado este hombre. Con lo formalito que era antes.


Tras mucho insistir lo damos por imposible. Le llamamos incluso varias veces al móvil pero nada. Lo debe tener apagado. Decididamente este hombre ha cambiado mucho en estos últimos tiempos. Para una vez que proponemos una ruta desde su pueblo nos da plantón. Sin dar ninguna explicación. Ya le vale. Y no nos representa.

Echamos a andar por la carretera en dirección a la urbanización Montenebro. La carretera traza una serie de curvas muy cerradas y desciende hasta el nivel del río Guadalix, que cruzamos por un puente. Al otro lado del río volvemos a ascender fuertemente.


Área recreativa al otro lado del río


Tras la cuestorra hacia arriba alcanzamos una pista de gravilla del Canal de Isabel II, que da servicio al embalse de Pedrezuela, al Canal del Vellón y al Canal Alto, por la que circulan muchos aficionados a la bici de montaña. Una barrera cierra el paso a los vehículos a motor, salvo lógicamente a los autorizados.


En la pista


La pista discurre a cierta altura. El río Guadalix discurre por el fondo del barranco que queda a nuestra derecha. Pedrezuela y la torre de su iglesia quedan al otro lado del barranco, sobre un altozano.


Un acueducto


De vez en cuando resuenan con fuerza los tiros de las escopetas. Están de batida por la zona. Rayo parece buscar la protección de Maite.




Las laderas están predominantemente cubiertas de encinas. Abundan también las zarzamoras y los rosales silvestres. Algunas manchas rojizas dispersas nos indican la presencia de los arces de Montpellier.


Un arce de Montpellier


Hojas rojizas de arce


Prácticamente sin despeinarnos divisamos ya el muro del embalse de Pedrezuela. El camino es muy llano y la suave temperatura invita a caminar en manga corta.


Muro de la presa


Inaugurada en 1967, esta presa es la primera de la provincia de Madrid construida en bóveda de doble curvatura. El muro tiene 55 metros de altura y 218 metros de longitud, permitiendo embalsar 41,2 millones de metros cúbicos de agua.


Asomados al vacío


A través de los cristales de una de las cabinas de control BS descubre con satisfacción un aparato para medir el nivel del embalse fabricado por Rittmeyer.




Algunos patos y anátidas nadan en bandadas sobre las aguas del embalse. Pero no hemos traido prismáticos para verlos más de cerca.


Las aguas del embalse con el fondo de la sierra de la Cabrera


Las dos compuertas del aliviadero


Placa conmemorativa de la inauguración del embalse


Probablemente un cedro


Álamos junto a la orilla


Una pequeña higuera


Caminamos junto a la margen del embalse en dirección a la urbanización de Atalaya Real.

Decidimos abandonar la pista asfaltada durante un rato y andar junto a la orilla del embalse, por ver si divisábamos alguna sardina. Seguimos algunas sendas un tanto difusas, abiertas probablemente por los pescadores.


 Caminando junto a la orilla


Las sardinas nos son, sin embargo, esquivas. El rumor de nuestras conversaciones las debe espantar.




Nos sentamos finalmente a comer a la orilla del embalse, con idea de continuar la búsqueda después. Pero el cielo se irá anubarrando y poniendo amenazante hasta que finalmente rompe a llover mientras damos los últimos bocados a nuestra comida.

Levantamos rápidamente el tenderete e iniciamos la vuelta al pueblo por el camino corto, olvidándonos completamente de las sardinas.

Todo resultó una falsa alarma, pues a la postre tan solo cayeron cuatro gotas.


El campo agostado y el cerro de San Pedro

Entramos a Pedrezuela a la altura de la que llaman Cruz de Cantoblanco. Parece mentira pero no son más que las tres y cinco de la tarde. BS lamenta no haberse traido su cámara de vídeo para grabar tan adrenalítica ruta.




Un cartel hecho en azulejo nos recuerda que tiempo atrás la antigua carretera nacional discurría por enmedio del pueblo.




Le ponemos el broche a la ruta en el mismo bar de la mañana.


El de la izquierda anda sobao


ENLACES:
Ayuntamiento de Pedrezuela
Club de Montaña de Pedrezuela
Escalada junto al embalse de Pedrezuela

martes, 18 de octubre de 2011

Ascensión al Porrejón desde La Hiruela (16 de octubre de 2011)


La Hiruela (1.257 m.), junto con La Puebla de la Sierra, son los pueblos más aislados de la Comunidad de Madrid. Quizás por ello también, se integran tan bien en su entorno natural.

A la salida de La Hiruela nos metimos por donde no era

El paisaje que rodea La Hiruela, a pesar de pertenecer a la Comunidad de Madrid, parece inscribirse en la vertiente de Guadalajara de la Sierra de Ayllón.
El topónimo de La Hiruela deriva, según algunos, del término "hijuela", que el diccionario de la RAE define, en su sexta acepción de la forma siguiente: camino o vereda que atraviesa desde el camino real o principal a los pueblos u otros sitios algo desviados de él. Ello aludiría a la posición del pueblo, situado entre la Cañada Real y el cordel de Montejo. No deja, no obstante, de ser una teoría cuya veracidad queda en el aire.
En los huertos, actualmente con aspecto de abandono, que se extienden por los alrededores del pueblo podemos encontrar cerezos y nogales.

En sus proximidades se conserva un estupendo ejemplo de dehesa boyal, que si no me equivoco, eran zonas de monte de uso comunal, utilizadas para pasto de los animales de labor y para la saca controlada de madera, en este caso de roble, que se consumía en la fabricación de carbón vegetal.

Entramos en la dehesa boyal de La Hiruela

La dehesa como ecosistema es un buen ejemplo de eso que ahora llamamos economía sostenible y de la cual han sobrevivido a la vorágine urbanizadora muchos ejemplos por todo el piedemonte serrano.
La peculiaridad de esta es que el árbol principal que la conforma es el roble, principalmente el melojo, aunque al parecer también hay alguna presencia de roble albar.

Enormes melojos de gruesos troncos

Además de recorrer la Dehesa, siguiendo la recién denominada "Senda de las Carboneras", pretendíamos también la ascensión al Pico Porrejón.
Y en esto que llegamos junto a la reconstrucción de una carbonera.

Josete junto a la carbonera

El carboneo se practicó en La Hiruela hasta los años 60. Las carboneras se construían en primavera, apilando leña de roble y brezo, alrededor de un eje central, llamado cruz, formado por un par de estacas de madera, y se cubrían primero con restos vegetales y luego con tierra. A esta montaña se la llamaba horno o carbonera y se tardaba de 15 a 20 días en construirla. Se encendían por un respiradero a modo de chimenea, abierto en la parte superior, denominado boca. Una vez prendidas, había que vigilar la combustión, que podía durar varios días, de manera permanente, abriendo unos tiros o respiraderos y cerrando otros. De esta forma se aseguraba la combustión homogénea e incompleta de la madera, dando lugar al carbón vegetal.
El carbón era transportado a lomos de mulas hasta Buitrago, donde se vendía. Era un trayecto largo, de 25 km., que atravesaba el puerto de La Hiruela y discurría por sendas.
No encontramos, bueno, más bien no supimos encontrar ejemplares de roble albar, pero sí abundantes melojos de considerable porte. En esta parte de la Dehesa encontramos también un casi bosquete de arce de Montpellier, destacando por el otoñal color rojizo de sus hojas.

Hojas de melojo

El melojar en regeneración y delante ejemplares de arce de Montpellier en estado otoñal

La pista que va rodeando el monte se termina, aunque la senda marcada continúa por el bosque dando un giro por la derecha. Sin embargo nosotros continuamos de frente por un sendita, con la intención de acortar por el robledal, en dirección al Collado de Mingo Pérez (1.355 m.), para continuar después por el cordal, en dirección al Collado Salinero y el Porrejón.

En el bosque aparecieron unos duendes
Caminar por el bosque es un placer, aunque la densidad del brezal poco a poco va haciendo más incómoda la marcha, hasta que salimos del bosque más o menos a la altura del collado. Desde aquí ya observamos todo el paisaje circundante y el camino que nos queda.

Momento "fruta" en el Collado de Mingo Pérez

Los Señores Marqueses alcanzan en ese momento la cima del Porrejón (nos llevan una buena ventaja). Continuamos por la senda, ya fuera del bosque. Aquí dominan la jara estepa, el brezo y la brecina, quizás por ser plantas más adaptadas a la relativa mayor humedad de esta zona frente a otras de la cercana Sierra de Guadarrama, donde el monte en esta altura está dominado por el enebro y el piorno. También encontramos abundante codeso, planta esta que apenas aparece más hacia el sur.
El sendero rodea el cerro El Morro (1.525 m.), para enlazar enseguida con el GR-88 que viene directamente de La Hiruela. Continuamos por la ladera, dejando a la derecha otra cima, el Cerro Salinero (1.662 m.), hasta alcanzar el Collado Salinero (1.570 m.). Desde aquí se observa hacia la izquierda y por debajo del límite de la replantación de pino silvestre, una abundante presencia de serbal de los cazadores, casi formando bosque. En ellos se nota también el color otoñal que van tomando sus hojas, aunque en algunos de ellos parece apreciarse la sequedad, y es que llevamos mes y medio de sequía. También la jara parece afectada, presentando sus hojas un aspecto decaído.
Desde el Collado Salinero, no hay más que subir por la senda marcada, siguiendo el cordal divisorio, hasta la cima del Porrejón (1.827 m.). Pasamos un poco de refilón por el borde del pinar. Lo entretenido de esta parte está en las formaciones rocosas que afloran como cuchillos, características de las sierras de La Puebla (o del Rincón) y de Ayllón. Es el aspecto típico aquí de las cuarcitas y esquistos, y claramente diferenciado del gneis y el granito dominante en Guadarrama.

Caminando entre los brezos
Ascendiendo al Porrejón

Otra diferencia destacable es la casi total ausencia aquí de otra especie, el homo senderista, tan común por lugares como Navacerrada o Cercedilla.

Todo el paisaje para las cabras

Alcanzamos la cima, nos reunimos con Los Marqueses, y nos abandonamos al relajado placer de la comida, la conversación, la siesta y la observación…

Josete llegando a la cumbre

Vista desde la cumbre hacia el collado Salinero

Vista desde la cumbre hacia La Tornera

Junto al vértice cimero

Josete se apunta al cambio global

Fotógrafo fotografiado

Les invito a que se fijen ustedes en la vegetación que habita estos altos lugares, fríos y secos (la lluvia cae en abundancia pero enseguida huye ladera abajo), diminuta y de aspecto diferente a la habitual.

Erizo de la sierra le llaman

Reposando la comida

Tuvimos visita
Y por fín no queda más remedio que iniciar el descenso, que hacemos por el mismo camino, hasta alcanzar el GR-88 y siguiendo por él descendemos hasta la Hiruela, disfrutando en todo momento de la estampa tan serrana que nos ofrecen, frente a nosotros, el pico Santuy y El Cerrón, con los pueblos de El Cardoso y La Hiruela, a sus pies. Y más hacia el noreste, el reducido caserío de El Bocígano.

Formaciones "esquistosas" típicas de estas sierras

Rocas como cuchillos


Guadarramistas en su salsa

Las sombras nos persiguen


El Porrejón, al fondo

Picos Santuy y Cerrón más al fondo, debajo El Cardoso de la Sierra (Guadalajara) y La Hiruela (Madrid)

Lo que antaño hubiera sido una banda de bandoleros hoy en día es una panda de senderistas

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