Domingo lluvioso. Nos fuimos a la Sierra Oeste, concretamente a Robledo de Chavela, una localidad de apenas 4.000 habitantes y considerada un paraíso fiscal para la matriculación de automóviles. Y es que cuenta con un parque automovilístico de más de 110.000 vehículos, según el censo de la DGT de julio de 2013. Tocan a 34 vehículos por cada habitante mayor de 18 años.
Nos hemos acercado hasta la ermita de Navahonda siguiendo el GR-10. Para tomar esta senda hay que echar a andar desde el casco urbano por la carretera que se dirige a Navas del Rey. A la altura de la carretera a Valdemaqueda y de la gasolinera debe tomarse la calle que sale en diagonal, a mano izquierda, que llaman Avenida de Nuestra Señora de Navahonda.
Tras dejar atrás los últimos chalés, el asfalto da paso a un ancho camino de tierra.
Dejamos a un lado las fuentes de la Mariquita y de la Teja, a izquierda y derecha respectivamente. No recuerdo que nadie hiciera ademán de aprovisionarse de agua. Bastante teníamos con protegernos de la lluvia bajo los paraguas.
Pese al tiempo, avanzamos con total comodidad por el camino, que en realidad se trata de una antigua cañada. En algo menos de hora y media alcanzamos el alto de Navahonda (1.024 m.), que se abre entre los picachos del Almojón (1.178 m.) y de la Almenara (1.262 m.), ambos mencionados en el Libro de la Montería.
Teniendo en cuenta que no parece que vaya a dejar de llover, descartamos subir al cerro de la Almenara, que era nuestra idea inicial, y seguimos por el GR-10, en suave descenso hacia la ermita de Navahonda.
Al pie de la Almenara y rodeada de encinas, se encuentra la ermita de Navahonda, construida a finales del siglo XVI. Se cuenta que la visitó el propio Felipe II y que durante un tiempo pagó un tributo de perdices al cercano monasterio del Escorial.
El tercer domingo de Pentecostés se celebra aquí una romería y a tal efecto el paraje se halla acondicionado con mesas, bancos y un par de fuentes.
Al exterior presenta un pórtico con cuatro columnas toscanas, sostenidas sobre pedestales, y un banco corrido, lo que nos vino de perlas para resguardarnos y sentarnos a comer.
En el interior cuenta con una sola nave y coro alto a sus pies.
Volvemos al pueblo por el mismo camino. Los paraguas permanecen todo el rato abiertos. No es el diluvio, es más bien un calabobos, sin ánimo de ofender a nadie.
Al llegar a los coches nos acordamos de esa expresión de It rains cats and dogs, que el señor BS acostumbra a decir cuando sale a pasear con su bombín.
Bibliografía
Excursiones en tren y a pie por la Sierra de Guadarrama y su entorno. Domingo Pliego. Editorial Desnivel. Ver ruta nº 40.
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