El día amaneció más triste que un ruteno al otro lado del Telón de Acero. La borrasca Félix zarandeaba la Península. No llegaba al nivel de un monzón filipino pero casi. Una vez más, nos acogimos a aquella máxima de Chuso que reza Hay que salir aunque haga bueno.
Para conjurar la tristeza meteorológica, entramos en Valdemanco a tomar el café en el bar La Alegría. La conjura pareció funcionar, pero por poco tiempo. Al echar a andar, el sol lució apenas por unos instantes. Todo fue flor de un día.
De la curva que hay un poco más abajo del restaurante El Cerrillo sale el camino que queremos seguir y que lleva a Navalafuente. Tiene muy buena pinta. Al cabo de diez minutos nos toparemos, por desgracia, con un obstáculo insalvable, el arroyo Albalá, que normalmente debe presentar un caudal bastante modesto, pero que hoy corre impetuoso. Imposible vadearlo. Hay que dar media vuelta y cambiar de planes.
A todo esto ya ha empezado de nuevo a llover. En algunos momentos lo hará incluso copiosamente. La borrasca Félix, que hoy no viste de amarillo, se ceba con nosotros.
Son momentos de resignación, de caminar bajo los paraguas haciendo de tripas corazón, de esquivar los charcos como buenamente podemos y hasta de atravesar algunos de ellos a la carrera. Hemos renunciado hace rato a pasar por Navalafuente. Nuestro objetivo es ahora llegar a Bustarviejo sea como sea y vamos improvisando el itinerario. El tiempo no está para florituras.
Un funambulista en acción
En Bustarviejo entramos en el Bar Maruja, del que tenemos buenas referencias. Al vernos un tanto empapados, una de las camareras, muy amable, nos ofrece dejar mochilas, chaquetas y capas en una pequeña estancia junto a los baños. Teo, contra todo pronóstico, no se pide unos filetes rusos, sino una hamburguesa de seitán. Prefiero no pensar lo que podría ocurrirle si esto llega a oídos del Kremlin.
Ayuntamiento de Bustarviejo
Iglesia de Bustarviejo
Al salir de nuevo a la calle, ha dejado de llover pero sopla un viento desapacible y algo helador, calados como estamos. Pero todo es echar a andar y poco a poco el destemple se nos va pasando. Parece mentira pero llegamos a Valdemanco casi secos, a excepción de los pies.
El calvario que hemos pasado
Han sido unos 13 kilómetros, con aproximadamente 400 metros de desnivel. La ruta es seria candidata a convertirse en la más triste del año.
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