viernes, 11 de julio de 2025

Illiniza Norte (6 a 8 de julio de 2007)

La montaña en serio, en este viaje nuestro al Ecuador, empezó un día de San Fermín cuando subimos al Illiniza Norte (5.126 m).

Los Illinizas son dos montañas separadas por un marcado collado, que ya habíamos visto desde su otro lado cuando le dimos la vuelta a la laguna de Quilotoa. De las dos, la Sur es la más alta y la más difícil de subir, pues requiere dominar la escalada mixta (roca y hielo); la Norte es, en principio, fácil y ahí nos fuimos (había leido que tiene un paso al que llaman Paso de la Muerte, pero en nuestra ascensión no atravesamos ningún tramo que mereciera tal calificativo, igual es porque no pasamos exactamente por él).

La víspera llegamos al pueblo de El Chaupi para alojarnos en una hostería que estaba a tres kilómetros de la localidad, la hosteria de San José, atendida por Rodrigo, un tipo muy agradable, nacido en Ambato, de piel bastante blanca para lo usual aquí. Con cierto aspecto hippy y pinta de haber sido aún más hippy en sus tiempos mozos. Nos llevamos bien con él. Teníamos derecho a cocina libre y la segunda noche, tras bajar de los Illinizas, Rodrigo se sentó a la mesa a cenar con nosotros de lo que habíamos preparado.










Para iniciar la subida a los Illinizas nos dimos el madrugón y Rodrigo nos acercó en carro (furgoneta) hasta el parqueadero de la Virgen, a 3.900 metros. Desde ahí echamos a andar. Ya no recuerdo bien pero serían las siete y poco de la mañana. Los dos Illinizas están de momento despejados y su vista es fabulosa. Sin embargo, los restantes volcanes que se divisan en 360 grados están tapados (Corazón, Pasochoa, Rumiñahui y Cotopaxi), con lo que hay que pensar que el tiempo puede ir empeorando. 






Al comienzo de la ascensión se atraviesa un bosquecillo de árboles de papel. Al salir del bosque, si se ha perdido el sendero, conviene echarse algo hacia la derecha. Como referencia, para no despistarse uno, hay que tener en cuenta que hay que ascender hasta el collado que separa los dos Illinizas. Más cercana se ve una arista arenosa. Por encima de esta arista se va a caminar, por lo que conviene no perderla de vista. En cualquier caso hay que ir ascendiendo y echarse hacia la derecha para llegar a lo más alto, dejando a su vez a nuestra derecha el tajo que corresponde a la quebrada de Pilongo



El Cotopaxi


Los Illinizas


Entramos en el arenal volcánico. Por el mismo se asciende con cierta dificultad. Cuesta avanzar por un terreno así, pero cada vez nos aproximamos más hacia la arista arenosa, que queda a su vez a nuestra derecha. Se trata ahora de remontar la pendiente y encaramarnos a lo más alto de la arista. Cada uno lo hace por donde Dios le da a entender. Por encima de la arista vuelve a discurrir un sendero claro. Seguimos remontando fatigosamente este sendero hasta llegar a un punto en que se suaviza y vira ligeramente hacia la derecha para dirigirse hacia el collado. En breve llegamos al refugio de montaña Nuevos Horizontes, a unos 4.600 y pico metros, un poco antes de llegar al collado. Cabrán en él unas 20 personas. Aunque resulta un poco cutrecillo, más que nada por el aspecto de las literas y los colchones, es un buen sitio para reponer fuerzas. El guarda nos informa de que uno o varios grupos, de los que suben con guías, han dormido allí. Ahora no están, pues han salido temprano para hacer la cumbre del Illiniza Norte, igual que nosotros.





Tras casi una hora de descanso allí, proseguimos la ascensión, justo después de que un grupo grande llegue de la cumbre. Deben ser los que durmieron en el refugio. En apenas 20 minutos llegamos al collado que separa los dos Illinizas. Hasta aquí hemos andado más o menos en dirección Este. A partir de ahora viraremos hacia el Norte para ir cresteando. El tiempo ha ido cambiendo y hay niebla que sube y baja, por lo que ya no se observa la cumbre como por la mañana temprano. Afortunadamente vamos siguiendo la estela de un grupo con guías ecuatorianos que van un poco por delante de nosotros. Esto nos permite no equivocarnos y elegir los sitios más fáciles para progresar. Al principio de crestear nos echamos hacia la cara Oeste y damos por primera vez la vista al otro lado, que no conocíamos. Abajo del valle se divisa una pequeña laguna verdosa entre la niebla. Se divisan manchas de nieve más arriba. No hemos traido crampones, pues nos dijeron que no eran necesarios.




Seguimos la estela de los que van más arriba, es decir, seguimos a los guías, pero sin haberlos contratado. Hay que echarle un poquito de morro. No obstante, Jorge lleva su GPS y va metiendo de vez en cuando waypoints. Hay una zona con bastante nieve acumulada y desde abajo tiene pinta de que puede estar dura. Además parece un tramo inclinado. Nos da un poco miedo porque no llevamos los crampones. A la hora de la verdad, no es para tanto, ha subido gente por ahí y ya hay huella abierta. Además, al pisar se agarra uno bastante bien. Volvemos a cruzar hacia la cara Este, que es por la que subíamos. Mejor, pues hacia esta parte hay menos nieve y más adelante incluso desaparece. Hay pasos en los que hay que hacer ligeras trepadas con ayuda de las manos, pero no revisten especial dificultad. En algunas zonas, visto desde abajo, no está muy claro hacia donde tirar, pero como tenemos al grupo que va delante, tampoco es cuestión de pensar.





Llegamos por fin a la cumbre. No hay vistas hacia lo lejos por las nubes. Pero si tenemos vista hacia abajo de los valles, pues la niebla tapa el paisaje sólo parcialmente. Es una cumbre formada por un amontonamiento irregular de piedras grandes. Estaremos 10-12 persona arriba. No se está muy cómodo, pues no hay mucho espacio y hay que buscar la roca adecuada para plantar el trasero. Pero no hace frío. Parece mentira que estemos a más de cinco mil. Comemos algo allí.










Descendemos siguiendo a un grupo de ecuatorianos. Se echan hacia el lado Este, sin pasar por el collado. Es una forma de atajar y ganar tiempo. Se baja de forma vertiginosa. Al principio la bajada es un tanto rocosa y hay que ir con precaución para no resbalar. Más abajo, llegamos hacia una amplia zona de piedra suelta. Aquí más que bajar se vuela. Lo mejor es dejarse caer e incluso trotar, que casi es más cómodo. El sonido de las pequeñas piedras que ruedan apenas unos metros nos acompaña, la música nos acompaña. Y en un santiamén bajamos lo que tanto nos ha costado subir.




Enganchamos con el camino de subida más abajo de la arista arenosa, más o menos allí donde empezaba el arenal.



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