Tras el café y los reencuentros con algunos viejos conocidos, salimos del pueblo en dirección a la presa del Romeral y en un improvisado zigzag alcanzamos sucesivamente la Primera y la Segunda Horizontales.
Carlos de Nápoles
Bar El Candil
Segunda Horizontal
Por la última de estas pistas forestales, que discurre a una altura de unos 1.350 metros, caminamos en dirección oeste. Aquí nos sorprende la presencia de numerosos alerces, que debieron ser plantados hace algunas décadas.
Pasamos junto a la entrada del arboreto Luis Ceballos y, manteniendo el rumbo en todo momento, atravesamos el área recreativa de Los Llanillos, un antiguo vivero forestal en el que se iniciaron los trabajos de reforestación del monte de Abantos.
Caño de Los Llanillos
El ancho camino da paso a una senda, se franquea un arroyo y... Nos damos de bruces con un cercado de piedra, que era lo esperado y que hace algunos años se saltaba con toda comodidad. Pero han tenido la ocurrencia de instalar un vallado metálico, que afortunadamente podemos cruzar por debajo.
Nuestro sendero se pierde. Remontamos unos metros un pedregal y luego caminamos a media ladera, manteniendo más o menos la altura, hasta llegar al pie de La Torrecilla, o La Aguja, un peñasco o monolito de gneis, de 15 metros de altura, que se eleva sobre la vaguada del Barranco Lobero.
Monte de Abantos
Pico del Fraile
La Torrecilla
En las oquedades del risco parecen tener su nido los buitres. Uno de ellos planea varias veces sobre nuestras cabezas, a cortísima distancia, se posa sobre el risco y vuelve enseguida a echarse a volar. Unos metros por debajo nuestro, pasa al trote una manada de ocho o diez corzos, trepando por la agreste ladera. Es el momento salvaje del día, un auténtico episodio de Fauna ibérica.
Se cuenta que los primeros escaladores de que se tiene constancia de haber escalado La Torrecilla y hollado su cima, fueron unos peñalaros, entre ellos José María Boada, que la bautizaron con el pomposo nombre de El Coloso de Rodas. Consumaron su ascensión en 1926, publicándose un relato de la hazaña, acompañado de fotografías, en la revista Peñalara.
Se supone que a unos doscientos metros de aquí, caminando hacia poniente, se encuentra la Sima de los Pastores, una grieta en el terreno que los pastores taparon en tiempos pretéritos con piedras y ramas, hartos de que se les cayeran las reses en su interior. Dice de ella Cayetano Enríquez de Salamanca que tiene unos diez metros de profundidad y que de ella arrancan varias bocas de otros cuatro o cinco metros de desarrollo. Hay también una leyenda, que recreamos al final, sobre un tesoro de monedas de oro escondido en su interior.
Como se nos antoja harto difícil dar con la sima en paraje tan fragoso, optamos por remontar la ladera y alcanzamos el cordal, que viene del alto de la Cereda o de la Paradilla, a escasos metros del vértice geodésico que marca la cumbre del Risco Alto (1.679 m.), denominado Barranco de la Cabeza en los mapas.
La Torrecilla
Las Machotas
Descendemos por lado opuesto, siguiendo el cordal, y nos sentamos a comer entre unas rocas, dando vista a los Pinares Llanos y a Peguerinos.
Llegados al puerto de San Juan de Malagón (1.537 m.), decidimos alargar un poquito la ruta, subiendo a la Cruz de Rubens y conectando a la altura de la pradera y fuente del Cervunal, cubiertas de una fina película de nieve, con el GR-10, que baja al Escorial de forma muy directa.
Al terminar la ruta, nos sentamos a tomar algo en la terraza de la cafetería Pan y Canela, en la plaza de la Cruz. Bien abrigados se está a gusto. El Niño parece tener algo que ver con que de momento no nos hayan llegado los fríos en este invierno.
Cruz de Rubens
Las Machotas
Junto a la fuente del Cervunal
Al terminar la ruta, nos sentamos a tomar algo en la terraza de la cafetería Pan y Canela, en la plaza de la Cruz. Bien abrigados se está a gusto. El Niño parece tener algo que ver con que de momento no nos hayan llegado los fríos en este invierno.
Poco más hay que comentar, así que vamos a dejarles con el famoso pasodoble Islas Canarias, en homenaje a Rosa, que hoy ha venido con nosotros por primera vez:
El tesoro escondido de la Sima de los Pastores
Es una leyenda popular que fue recogida por el Padre Carlos Vicuña en su libro Anécdotas de El Escorial.
Su protagonista era un funcionario llamado Rafael Corraliza, que trabajaba en la pagaduría de las obras del Monasterio del Escorial, encargado de administrar los dineros destinados a financiarlo y de pagar las soldadas a los obreros empleados en su construcción.
Tanto dinero pasaba por sus manos, que sucumbió a la tentación y decidió dar el golpe de su vida. Con una bolsa bien repleta de doblones de oro, guardada en una faltriquera y atada a la cintura, escapó una fatídica noche sin luna en dirección a Portugal, tomando el camino que creía menos vigilado, la vereda que iba hacia Robledondo. Cuando tan solo llevaba andados unos pocos kilómetros, terminó por caer en las profundidades de esta sima, en la que aún hoy se encontrarían su cuerpo y el valioso tesoro que portaba.
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