sábado, 9 de enero de 2016

Por el valle de La Barranca: El Camino Ortiz y la Senda de la Tubería (9 de enero de 2016)

Esperábamos encontrar algo de nieve en La Barranca, pero prácticamente no quedaba nada de lo caído en las jornadas precedentes.
Desde el aparcamiento que hay a la altura del Hotel La Barranca, que parece actualmente cerrado, no sabemos si de manera definitiva o por reforma, echamos a andar por la ancha pista de tierra que remonta el fondo del valle.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Tras pasar junto al área recreativa de Las Vueltas y el parque de aventuras De Pino a Pino, llegamos a la curva de la que parte el Camino Ortiz, una senda de 4 kms. de longitud que recorre la ladera occidental del valle de La Barranca hasta morir en la explanada que antiguamente ocupaba el Real Sanatorio del Guadarrama. Nadie parece tener ni repajolera idea de quién es el tal Ortiz, como tampoco nadie sabe quién era el tal Ruiz al que aludió don Mariano en el debate a dos, el auténtico debate, con Pedrito Sánchez.
 
 
 
 
 Inicio del Camino Ortiz
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
Del Real Sanatorio del Guadarrama, que funcionó hasta mediados del siglo pasado para atender a los afectados por enfermedades pulmonares, no queda hoy absolutamente nada. Al menos hemos sido incapaces de encontrar vestigio alguno en la amplia explanada en la que se asentaba. Y es que sus ruinas fueron dinamitadas en 1994.
No obstante, voy a ofrecerles una foto que guardo y que puede tomar solo unos meses antes de ser demolido.
 
 
 
 
Sus instalaciones fueron inauguradas en 1917 a bombo y platillo. Antonio Machado lo inmortalizó en uno de sus poemas, el titulado Flor de verbasco, y Camilo José Cela estuvo ingresado en 1931 en él, víctima de la tuberculosis, sirviéndole la estancia de inspiración para escribir años después su segunda novela, Pabellón de reposo.
 
 
 
 


En la explanada donde se ubicaba el monasterio
 
 
El viejo edificio abandonado del sanatorio sería también usado como escenario para rodar algunas escenas de una película de terror que tuvo bastante tirón en su época, La noche de Walpurgis, una coproducción hispano-alemana dirigida por Leon Klimowsky, protagonizada por Paul Naschy y estrenada en 1971. A raíz de esta película a las ruinas del viejo sanatorio se las empezó a conocer como Walpurgis y fueron muchos los aficionados a la parapsicología, al ocultismo y otros friquis que se acercaron a visitarlas, asegurando escuchar psicofonías mientras deambulaban por sus desvencijadas estancias.
 
Un poco más arriba alcanzamos el mirador de las Canchas, que ofrece buenas vistas de La Bola y de La Maliciosa, aunque en algunos momentos las nubes cubran parcialmente sus siluetas.
 
 
 
 
 
 
 
 


 
 
 Las chicas de la Cruz Roja, dijo alguien
 
 
 Unos fofisanos


Todos y todas
 
 
 
 
Desde aquí decidimos por continuar ascendiendo suavemente por la Senda de la Tubería. Dicen que la vieja y oxidada tubería sirvió en su momento para proveer al viejo sanatorio antituberculoso de agua captada en el arroyo de Peña Cabrita.
 
 
 
 
 
 
Nos sentamos a comer pasada la Peña Horcón, junto a unas rocas, en un punto en que la senda alcanza lo alto del cordal de las Cabrillas, dando vista al cerro del Telégrafo, los Siete Picos y el Cerro Ventoso.
 
 
 
 
 
 


 
 
 
 
La Senda de la Tubería desemboca en el PR-M 17, un poco por debajo del collado de los Emburriaderos. Por este último sendero comenzamos a descender hacia el valle para volver al punto de partida.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 


 
 
Documentación


Flor de verbasco (Antonio Machado):

Sanatorio del alto Guadarrama,
más allá de la roca cenicienta
donde el chivo barbudo se encarama,
mansión de noche larga y fiebre lenta.
¿guardáis mullida cama,
bajo seguro techo,
donde repose el huésped dolorido
del labio exangüe y el angosto pecho,
amplio balcón al campo florecido?
¡Hospital de la sierra!...
El tren, ligero,
rodea el monte y el pinar; emboca
por un desfiladero,
ya pasa al borde de tajada roca,
ya enarca, enhila o su convoy ajusta
al serpear de un carril de acero.
Por donde el tren avanza, sierra augusta,
yo te sé peña a peña y rama a rama;
conozco el agrio olor de tu romero,
vi la amarilla flor de la retama;
los cantuesos morados, los jarales
blancos de primavera; muchos soles
incendiar tus desnudos berrocales,
reverberar en tus macizas moles.
Mas hoy, mientras camina
el tren, en el saber de tus pastores
pienso no más y —perdonad, doctores—
rememoro la vieja medicina.
¿Ya no se cuecen flores de verbasco?
¿No hay milagros de hierba montesina?
¿No brota el agua santa del peñasco?

Hospital de la sierra, en tus mañanas
de auroras sin campanas,
cuando la niebla va por los barrancos
o, desgarrada en el azul, enreda
sus guedejones blancos
en los picos de la áspera roqueda;
cuando el doctor —sienes de plata— advierte
los gráficos del muro y examina
los diminutos pasos de la muerte,
del áureo microscopio en la platina,
oirán en tus alcobas ordenadas,
orejas bien sutiles,
hundidas en las tibias almohadas,
el trajinar de estos ferrocarriles.

Lejos, Madrid se otea.
Y la locomotora
resuella, silba, humea
y su riel metálico devora,
ya sobre el ancho campo que verdea.
Mariposa montés, negra y dorada,
al azul de la abierta ventanilla
ha asomado un momento, y remozada,
una encina, de flor verdiamarilla...

Y pasan chopo y chopo en larga hilera,
los almendros del huerto junto al río...
Lejos quedó la amarga primavera
de la alta casa en Guadarrama frío.

 

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