Ha entrado por fin la otoñada en esta semana. Y la actualidad política nos sigue deparando momentos memorables. Ver a Rita aferrarse a su escaño como una lapa es impagable, lo mismo que las escuchas hechas desde la UCO a los cerebros, si es que merecen tal calificativo, de la trama Púnica, ahora destapadas. Pero nosotros seguimos a lo nuestro, que es el senderismo.
Quedamos en este sábado en los arcos de Moncloa. Y Paesa no aparece. Dan las nueve y nada. Pasan los minutos y nada. Paesa, el hombre de las mil caras, vuelve a darnos el esquinazo. Quién sabe si no nos estaría observando, camuflado tras un semáforo.
Nos desplazamos hasta Robledondo, un pueblo que pertenece a Madrid, pese a estar al otro lado del puerto de la Cruz Verde y que está a más de mil trescientos metros de altura.
Tras tomar el café en el bar Avenida, nos ponemos en movimiento. Vamos a hacer la que está señalizada como Senda de los Arroyos, una ruta circular de 15 kms., aunque les advertimos que en general las marcas brillan por su ausencia.
Salimos por la calle Pirineos para hacer la ruta en sentido contrario a las agujas del reloj, tomando una pista que deja a nuestra derecha el cementerio y un poco más adelante un depósito de agua.
Descendemos a una vaguada y cruzamos consecutivamente los arroyos de Majadahonda y del Hornillo, buscando el sendero que asciende de frente por la ladera contraria.
Alcanzamos la cuerda de la Negradera, tras la cual corre el arroyo del Tobar, un afluente del río de la Aceña. Torcemos por este cordal a la derecha para enlazar con la cuerda de Majalasvacas.
Desde unas rocas graníticas contemplamos a placer el embalse del Tobar, que está bajo de agua, algo nada sorprendente a finales del verano.
Descendemos por la suave ladera para enlazar con la pista que remonta el valle del arroyo del Tobar al puerto de Malagón (1.537 m.), en cuyas proximidades nos sentamos a comer. Hemos hecho hasta aquí unos dos tercios de la ruta.
Después de comer completamos nuestra excursión. Al principio, nuestra pista sube ligeramente y discurre a media ladera, bajo las cumbres de la Solana del Ventisquero y del Barranco de la Cabeza.
En la bajada final a Robledondo la pista traza varios zigzags, que evitaremos tomando algunos atajos, y pasa junto a un área recreativa con mesas de madera.
Terminamos la ruta sobre las cinco y media de la tarde, con tiempo de volver a entrar en el bar Avenida para tomarnos la cerveza. Un día fresco, con sol, alguna nube alta y muy buena temperatura para caminar. Un terreno solitario y austero, con monte bajo, piornos y algún pino silvestre. Poca gente hemos visto hoy caminando por aquí.
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