domingo, 22 de abril de 2018

La fábula de los zánganos y el cocodrilo (22 de abril de 2018)

Éranse una vez varios zánganos que se escaparon de su colmena, aprovechándose de que la abeja reina yacía en su alcoba con un abejorro, y se fueron hasta Canto Cochino para conocer La Pedriza.

A los zánganos no les hacía mucha gracia la idea de cargar con las mochilas durante toda la ruta y alquilaron un burro a un arriero que pasaba por allí para que les llevara sus pertenencias. Son unos listillos estos zánganos.






Maravillados por los impresionantes riscos de La Pedriza, los zánganos ascienden trabajosamente, todo un oxímoron, pues los zánganos, como es bien sabido, siempre le han tenido alergia a eso del trabajo y del esfuerzo.

Al llegar al pie del Cocodrilo, los zánganos se introducen en el Callejón de Abejas, que remontan en su integridad para luego girar a la derecha y comenzar el descenso hacia el collado de la Ventana, donde se sentarán a comer.






















El zángano de las patas largas




Tras la comida, los zánganos, amantes de haraganear, se echan a dormir y en este fatal momento de abandono, un gigantesco saurio, que escapó a la extinción del Terciario y desde entonces vive en este laberinto pétreo que es La Pedriza, se abalanzó sobre ellos, abrió sus enormes fauces y se los tragó a todos de un solo bocado. Y colorín, colorado, este cuento se ha acabado.




Última imagen tomada de los zánganos


Y La Pedriza quedó desierta


Y la moraleja de esta historia, que no está tomada ni de las fábulas de Lafontaine, ni de los cuentos de los Hermanos Grimm, es la siguiente: En la montaña uno debe permanecer siempre alerta porque el peligro acecha detrás de cada piedra.

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