Nos abandonó Filomena, pero en herencia nos ha dejado un paisaje nevado que hay que aprovechar porque en breve será solo un recuerdo. Se abrían hoy posibilidades insospechadas, como dar la vuelta a la laguna del Campillo con las raquetas. Si me lo dicen hace diez días, me entra un ataque de risa. Se puede llegar hasta aquí con el metro, en concreto con la línea 9 (estación de Rivas-Vaciamadrid).
Lo primero es tomar la pista que permite subir hasta la mesa que se extiende sobre los acantilados. Desde aquí se tiene una visión de conjunto sobre la laguna del Campillo y la vega del Jarama. Algunas personas hacen fotos y pasean con los perros.
Luego, toca bajar y rodear la laguna. Una vez abajo, decido ponerme las raquetas. Hay más huellas de raquetas, quién sabe si de ayer o de hoy mismo temprano. En los 5 o 6 kilómetros que supone rodear la laguna no me cruzo con nadie, a excepción de unos cuantos conejos que pasan dando saltitos sobre la nieve. En una de las orillas se siguen las marcas del Camino de Uclés, que habrá que recorrer en algún momento.
Paro a comer un poco casi al final del rodeo, en un observatorio de aves que hay a orillas de la laguna. Un montadito de jamón y unos sorbos de té me permiten matar el hambre y aguantar hasta la hora de comer. Un día increiblemente. Pasarán seguramente muchos años para volver a ver un espectáculo de este tipo en la laguna del Campillo.
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