La corrupción, con sus siniestros tentáculos, ha terminado por salpicarnos y la Justicia, lenta pero inexorablemente, avanza y estrecha su cerco en torno a nosotros.
En tal tesitura lo mejor es poner tierra de por medio y escapar a La Jara toledana, una tranquila comarca rural. Probablemente no lograremos eludir la acción de la Justicia, pero al menos pasaremos unos días tranquilos y podremos dedicar los ratos muertos a preparar una línea de defensa que suene convincente.
Presuntos inocentes
En el viaje de ida vamos escuchando en el coche la música de un grupo folk toledano, los carpeños de Vigüela, que interpretan coplas, jotas y otras melodías populares. Es una forma de ir ambientándonos.
Vamos a alojarnos un par de noches en un sencillo albergue que hay en el pueblo de Mohedas de la Jara. Junto al albergue funcionaba hace años el museo castellano-manchego del juguete, gestionado por la fundación viguesa Raquel Chaves, pero tuvo que cerrar por problemas económicos que las administraciones no supieron solucionar. Ya no puede contemplarse la valiosa colección de juguetes que albergaba. La vida, señores, la vida... Este mundo no entiende de sentimientos.
Viendo a Artur Mas
Cicleando por la Vía Verde
A la Vía Verde de la Jara se la conoce también como la Vía Fantasma, pues por ella no llegaron nunca a circular los trenes.
A pesar de que Santi sufrió un síndrome confusional transitorio, conseguimos presentarnos pasadas las once de la mañana en el punto de alquiler de bicis, la estación de El Campillo - Sevilleja y recorrimos el tramo de la vía que une esta estación con la de Santa Quiteria (unos 28 km., ida y vuelta), atravesando un total de cinco túneles y pasando junto al embalse de San Vicente y el apeadero de La Cervilla.
La única incidencia fue un pinchazo que tuvo el menda. Pero Santi ya había dejado atrás su síndrome confusional y rápidamente se aprestó a cambiarme la cámara.
La única incidencia fue un pinchazo que tuvo el menda. Pero Santi ya había dejado atrás su síndrome confusional y rápidamente se aprestó a cambiarme la cámara.
El Valle de los Castaños
Desde Espinoso del
Rey echamos a andar por el viejo camino que lleva
a Robledo del Buey y remonta el Valle de los Castaños.
Abandonamos el pueblo entre campos de olivos y huertos en los que crecen las higueras y otros frutales.
Pronto nos sorprenderá la variedad de vegetación que nos va saliendo al paso. Chopos, algunos castaños centenarios de buen porte, encinas,
alcornoques, quejigos, robles
melojos, cornicabra, jaras, madroños, brezo, etc. Lo único que no encontramos, pese a la insistencia de George, son serbales. Y tras caminar un buen rato llegamos por fin a la linde del pinar.
Fue un día redondo para los recolectores neandertalensis, que se colocaron a base de madroños, aunque si llegar a la intoxicación etílica.
Hubo también una recolectora que no tuvo suficiente con esto e hizo también acopio de olivas, castañas y todo lo que le iba saliendo al paso. Hasta níscalos encontró entre los pinos resineros de repoblación. Por cierto, a punto estuvo de acabar en el cuartelillo. Al menos fue interrogada por un coche de policía que se paró a su altura. Por un momento pensé que eran los de la UDEF, que se habían desplazado hasta aquí siguiéndonos la pista.
La Nava de Ricomalillo
El cerro de San Vicente
De vuelta a Madrid nos acercamos a la Sierra de San Vicente o del Piélago, unas montañas graníticas, de cumbres redondeadas y perfiles suaves, que se yerguen al sur de Gredos, separadas por el valle del Tiétar.
Aquí instaló su cuartel general el legendario Viriato, el caudillo lusitano que mantuvo durante años en jaque a las legiones romanas, a las que tendía sorpresivas emboscadas.
Desde El Real de San Vicente ascendimos a una de las principales elevaciones de esta sierra, el cerro de San Vicente (1.322 m.). Una ruta clásica, que remonta un extenso castañar. En la cumbre tuvimos que buscar resguardo para comer, pues el aire era frío. Ya se siente el invierno.
En lo alto del cerro de San Vicente hay una cueva en la que iberos y romanos rendían culto a Venus (y de hecho se conocía como Mons Veneris o Montaña de Venus a esta elevación), y en la que en el siglo IV se refugiaron los santos mártires Vicente, Sabina y Cristeta, hoy patrones de Talavera, huyendo de la persecución decretada contra los cristianos por Diocleciano. Sobre la cueva se erigió en el siglo XVII una ermita, cuyas ruinas son hoy visibles. Sobre un promontorio rocoso, ligeramente al sur de la cumbre principal, quedan aún las ruinas de un castillo templario de los siglos XI y XII (apenas dos torres desmochadas), construido sobre una atalaya circular musulmana.
Documentos
Información sobre la Vía Verde de la Jara
Folleto en PDF sobre la Vía Verde de la Jara
Enlaces
Vía Verde de la Jara
Cerro de San Vicente (por Andrés Campos)
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